viernes, 7 de agosto de 2020

¿DONDE SE FUERON?

 Vamos al pub de siempre, ya sabes, al Novecento. Menos mal que te he encontrado y sé que puedo confiar en ti. Eres el amigo más discreto que tengo y necesito contarte un montón de cosas que todavía no sabes de mi relación con Cristina.

Ella sospechaba algo, o quizá más de lo que yo pienso; creo que anduve tan corto de tiempo como de reflejos preparando la escapada. Peor podría haber sido, incluso palabras mayores; estaba decidido a deshacerme de ella, aunque no de forma violenta, no es mi estilo, ya me conoces; sabes que lo mío es huir como un cobarde, siempre se me dio bien; eso es lo que debería haber hecho en aquella Feria del Libro Alternativo del Parque del Retiro, cuando fuimos todo el grupo de escritores y tuve la desgracia de enamorarme de ella, ¿recuerdas?. Por aquel entonces era muy simpática y estaba en sus curvas; ahora casi no cabe por la puerta.



Me estoy imaginando el chasco que se habrá llevado; desde la ventanilla tuve tiempo de ver cómo abría con ansia la maleta y encontraría lo que le dejé: un montón de recuerdos en forma de cuaderno;algún dinero y unas pocas joyas han venido en la furgoneta de transporte urgente que está aparcado delante de tu casa.

Hablando de Cristina, ahí la tienes, en el centro del grupo; siempre le ha gustado destacar. Me estoy fijando que el bar, con todo lo alargado que es, todavía conserva su característico olor a sándalo, y esa luz mortecina junto con el marrón brillante de las paredes llenas de fotos de músicos y literatos que le dan, en conjunto, esa fama de bohemio y vanguardista de la que siempre ha disfrutado. Por cierto, esa camarera creo que es Patricia —joder, cómo se ha puesto de buena— y si mal no recuerdo, fue ella la que nos hizo esta fotografía, la amplió y enmarcó, y la colgó en el lugar más visible en homenaje nuestro. Unos sentados, y la mayoría de pie. Ahí la tienes, desafiante, siempre mirando de frente, y rodeándola a ambos lados, los componentes de nuestro espléndido grupo de escritores, ansiosos porque llegara el sábado señalado del mes para leer y compartir unas letras en forma de relato que habíamos hecho con todo nuestro cariño.

Ya va para diez años de esta foto. Mira a Fernando, era el colmo de la descripción y el detalle; creo que dirigía una tertulia de historia; a su lado, María Jesús y sus deliciosos poemas; Consuelo, tan risueña como sus imaginativos relatos; y a María ya ves, haciendo relatos de una tacada a golpe de heavy metal y disimulando su timidez bajo la apariencia de una aristócrata indolente, como si no nos hubiésemos dado cuenta; a Eva, al perseguirla, se le escapó Machado por la ventana, mientras Abraham disfrutaba hablándole a su armario y nos volvía locos con su lavadora; Nerea, que aquí aparece muy jovencita, iba por entonces a la Universidad y llevaba un blog de escritores o algo así; Victor era tan tierno haciendo relatos como publicidad en televisión; de la elegancia de los relatos eróticos de Jesús, ni te cuento, y nunca olvidaré el detalle genial de la marca en el armario de José Luis; ¿de Cádiz, ponía?. Y mira, aquí estás tú; si te soy sincero, tus relatos de boticarios, curas y maestros se pasaban de rancios, y no te molestes, porque no lo decía yo; lo decían todos. ¿Y esa canción que sueña?, joder, qué tiempos ("Papá, cuéntame otra vez, esa historia tan bonita ...") ya ni me acordaba de Ismael Serrano, aunque sí de Pablo Guerrero, otro cantautor de la época, que fue vecino mío y me regaló su mejor libro de poemas mientras me invitaba a un café en su casa con su mujer, allá por Cuatro Caminos. Pero no me pongas esa cara, hombre, que pareces más asustado que yo.

La verdad es que no sé qué hacer. Seguramente ya habrá leído el cuaderno, me habrá dedicado su especial repertorio de insultos, y no se dará cuenta de que, a pesar de algún escarceo amoroso por mi parte, la sigo queriendo como siempre ("Y ya nadie canta al vent, ya no hay locos ya no hay parias, pero tiene que llover, aún está sucia la plaza"). Estará histérica por el dinero y las joyas, pero eso no debe ser un problema. Las pondré en una caja de seguridad de nuestro banco y no sabrá que me las traje. Y eso que tampoco puede quejarse; ya hace años que los de Planeta la ficharon como Directora de Calidad y gana el doble que yo como funcionario.

Todavía no sé nada de Manolín, un pícaro de esos que pululan en las estaciones de tren y que por algunas monedas te hacen algún trabajillo. Le encargué, la tarde anterior a mi fuga, que se anduviera por allí con su perrito "Bigotes" y que se fijara bien en todo lo que hacía Cristina, de la que le mostré una foto de cuerpo entero y donde aún cabía por la puerta. Puede que haya perdido mi número de móvil, o informado a ella de mis manejos y le haya sacado también la pasta. De estos pillos, cualquier cosa puedes esperarte. ¿Te aburro, verdad?. Venga, echamos la penúltima y te invito a cenar algo. Ya tengo ocho llamadas perdidas de Cristina, y conforme pasan las horas, más desconcertado me siento ("Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis; qué lejos queda Jean Paul Sartre, muy lejos aquel París"); me voy desinflando por momentos, y solo llevo tres cubatas. ¿Sabes qué voy a hacer?. Mañana cogeré el tren de vuelta, temprano, el primero que salga, y me plantaré en casa después de hacer lo del banco, y le pediré perdón, una vez más, de las miles de veces que lo he tenido que hacer.

Vaya, hombre, ahora que nos vamos ponen a Serrat ("Paraules d'amor, senzilles i tendres; non en sabiem més teniem 15 anys; no havien tingut massa temps per aprende'n, tot just despertavem del son del infants"). Pues, ¿sabes qué te digo?, que tiene razón mi amigo Pablo Guerrero, porque, aun siendo un desastre mi vida, sigo pensando, como él, que es tiempo de vivir, de luchar, de soñar, y sobre todo, de creer; solo espero que Cristina también lo entienda así, porque si no, vas a tener inquilino para rato. Bueno, lo he pasado bien contigo, aunque no puedo seguir con este reconcome; me voy de vuelta; la bronca la tengo asegurada.

Por cierto, en la foto del Novecento, creo que faltaba alguien.